Alberto Fernández arribó esta mañana a Buenos Aires procedente de Glasgow, donde participó de la cumbre de cambio climático en la última escala de una gira europea de cinco días que también lo llevó a Roma, y en la que ajustó la postura oficial respecto de la acuciante situación financiera del país, con argumentos que encadenaron el problema de la deuda y la cuestión ambiental, para renovar el pedido de ayuda a la comunidad internacional.
Durante el periplo presidencial en Europa, Fernández y los funcionarios que integraron su comitiva buscaron contrapesar que la Argentina es una crónica “deudora financiera”, centralmente con el Fondo Monetario Internacional (FMI), con el supuesto de que el país es “acreedor ambiental”, mientras el mundo desarrollado proyecta una transición hacia un aparato productivo limpio que requiere de financiamiento global.
En todas las intervenciones del Presidente, primero ante la cumbre de líderes del G-20 en Roma y luego en la COP-26 de Glasgow, apareció la idea del “canje de deuda por acción climática”, en una estrategia que definió personalmente by en la que influyó en forma decisiva el discreto secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, tras un viaje a los Estados Unidos la semana previa a la gira.
Desde allí se trasladó a Roma junto al embajador argentino en Washington, Jorge Argüello, cuya participación fue clave para que el G-20 incluyera en su documento final dos pedidos del Gobierno: que el FMI suspenda o modere el cobro de sobretasas a los países excesivamente endeudados; y que se amplíe un fondo de resiliencia para apuntalar la salida de la pandemia con giros monetarios a los países pobres pero también de renta media como la Argentina.
“La Argentina es un país al que se lo escucha en el mundo, por eso se reflejaron sus reclamos en los documentos”, aseguró el canciller Santiago Cafiero ya en el avión, antes del despegue en Glasgow y lo repitió esta mañana en Ezeiza. El exjefe de Gabinete recuperó protagonismo en el entorno de Fernández y diferenció al Gobierno de la administración de Mauricio Macri: “Abrirse al mundo es conseguir oportunidades de trabajo, no tomar deuda”, advirtió.
Así, se refirió al anuncio de inversión de 8400 millones de dólares (3000 en los próximos dos años) que hizo en plena cumbre ambiental una corporación australiana dedicada a la minería pero que ahora explora proyectos de hidrógeno verde y que aterrizó en la Argentina de la mano del exrugbier Agustín Pichot. El expuma aseguró que el agua que se utilizará para la electrólisis del hidrógeno provendrá del mar y no de los ríos patagónicos.
Pero más allá de la cuestión de fondo, el Gobierno enfrenta un problema perentorio: el 31 de marzo de 2022 vencerá el plazo que puso el Club de París para que firme un acuerdo con el FMI, como condición para refinanciar la deuda con ese nucleamiento de países, entre ellos Francia y Alemania. A sólo cinco meses de esa fecha, se abrió la posibilidad de conseguir un respirador artificial a través de un “waiver” (perdón al incumplimiento) por parte del FMI.
Según afirmaron fuentes de la delegación argentina en Glasgow, la propia directora gerente del organismo, Kristalina Georgieva, barajó esa posibilidad durante la reunión con Fernández en Roma. Aunque se trata de una solución precaria, le daría más tiempo al Gobierno para negociar el acuerdo. Tras la gira por Europa, cuyos líderes influyen en esas decisiones, llegará el turno de los Estados Unidos, que abre –o cierra- la puerta de las decisiones en Washington.
Fernández no quiso confirmar, durante la gira, un posible viaje a la capital norteamericana, aunque hay emisarios que trabajan para que tenga una reunión bilateral con Joe Biden en la Casa Blanca. En esa línea, resultó ostensible la intención de la comunicación oficial por mostrar a Fernández cerca del presidente de los Estados Unidos y de su enviado especial para el cambio climático, John Kerry. Con todo eso en la mochila, aterrizó hoy el Presidente en Ezeiza.