Sin una pauta oficial de inflación que contribuya, al menos en teoría, a ordenar las expectativas y sin ninguna confirmación de la proyección que se incluirá en el acuerdo con el Fondo Monetario cuya letra firme se negocia por estas semanas, el Gobierno empezó a dar indicios claros de que espera un piso de al menos 40% en 2022. Y no descarta que el avance de precios sea varios puntos mayores.
El primero en dar las señales de resignación fue el secretario de Comercio, Roberto Feletti, quien la semana pasada admitió que “se está perdiendo la batalla” contra los precios de los alimentos -categoría que admitió, además, tuvo mayores aumentos que el nivel general- y reconoció que la inflación se ubicó en torno a 4% el mes pasado. El funcionario volvió a hablar ayer y profundizó sobre el pronóstico oficial. “La inflación todavía va a ser alta”, dijo y que será así hasta marzo, cuando se empezarían a registrar índices más bajos. “Si todo sale bien”, aclaró.
Pero quien dio la pista más concreta de cuál es la proyección oficial que todavía el Gobierno no reconoce abiertamente fue el ministro de Trabajo, Claudio Moroni. Después de cuatro años en que los salarios no logran ganarle a la inflación, el ministro anticipó que el objetivo oficial es que este año las negociaciones paritarias se inicien con una previsión inicial de 40% y revisiones, tal como funcionó el año pasado. Tales revisiones, recomendó, se deberían pactar a los 6 o 9 meses.
Típicamente, el mecanismo suele ser al revés. La pauta oficial de inflación incluida en el Presupuesto del año en curso cumple la función de variable ordenadora para las discusiones salariales. Así ocurrió a principios del año pasado, cuando con una pauta de inflación de 29% prevista por el ministro de Economía, Martín Guzmán, grandes gremios cercanos al oficialismo como el de Camioneros o Bancarios se apuraron a cerrar acuerdos en torno a ese porcentaje. Claro que el desvío por más de 20 puntos que luego se verificó obligó a repetidas re aperturas de esas paritarias, revisiones que ahora Moroni ya da por descontado para las negociaciones de este año.
A diferencia de 2021, el Presupuesto de 2022 nunca fue aprobado, con lo cual no hay una pauta oficial vigente, por más inverosímil que resultara. En el proyecto que finalmente fue rechazado en el Congreso en diciembre, Guzmán sostuvo una proyección anual de 33% que había previsto en septiembre, aun cuando a esa altura se sabía ya completamente irrealizable. Ahora, el Gobierno envía claras señales de las estimaciones sobre las que trabaja, que parten de una cifra optimista de 40% y se acercan eventualmente en el peor de los escenarios a las previsiones del mercado. En el último Relevamiento de Expectativas publicado por el Banco Central, los bancos y consultores de la city proyectaron un avance de precios de 55%. Tal pauta, repiten altas fuentes de la autoridad monetaria, no es con la para definir la suba de tasas de interés (que se definirá la próxima semana) ni el ritmo de devaluación que se viene acelerando desde que empezó el año.
Sin embargo, la información que aportó ayer Feletti fue crucial. Tal como se espera para el indicador de enero y el arranque de los precios de febrero, en el mejor de los casos, la inflación del primer trimestre arrojaría un registro de al menos 10% en el acumulado. Esa cifra es más baja que la del año pasado para el mismo período del año pasado, de 13%, pero que deja un piso elevado para la proyección anual.
Particularmente si se tiene en cuenta que, hasta el momento, los precios no reflejan aún el impacto de los ajustes que están previstos para, precisamente, después de marzo. Puntualmente, se prevé que los aumentos de tarifas de gas y luz se produzcan entre marzo y abril, a lo que se sumará el efecto de la suba del precio de los combustibles que ya contó con un incremento de 9% a principios de mes. En conjunto, todas las subas podrían explicar entre 4 y 8 puntos de inflación, siempre de acuerdo a la magnitud que finalmente tengan los ajustes en cada caso. Y siempre, también, como dijo Feletti, “si todo sale bien”.